"No se consideraba un turista. Él era un viajero. Explicaba que la diferencia reside, en parte, en el tiempo. Mientras el turista se apresura por lo general en regresar a su casa al cabo de unos meses o semanas, el viajero, que no pertenece más a un lugar que al siguiente, se desplaza con lentitud de un punto a otro de la tierra". Esto lo escribía Paul Bowles en 1949, en la novela El cielo protector. Por entonces, tanto el turismo como los viajes estaban reservados a la élite millonaria a la que pertenece el trío protagonista de la novela. Ahora, merced a los mayoristas hoteleros, las agencias de viajes y las líneas aéreas low cost, cualquiera puede ser turista, pero no resulta tan fácil ser viajero. Ya es hora de que el turista conozca el significado de la aventura y pueda, pues, sentir fluir por sus venas la trepidante adrenalina de la experiencia viajera.
L.E.
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