La cocina siempre había sido para mí un gran misterio, así como un lugar lleno de delicias que me hacían la boca agua. Era un revoltijo embriagador de reconfortantes formas y olores, trabajadores y secretos, y había deseado saborear más. Durante muchos años había querido formar parte de aquella camaradería, quería entender sus chistes y conversaciones. Estando allí, al calor de la vieja cocina económica y de sus bromas. Se reían a carcajadas, se daban palmaditas en la espalda y bailaban sin música, y al menos durante un rato me permitían formar parte de aquello: reírme y cantar, comer con las manos y chupar cucharas.
J.K.
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