Recuerdo cuando me fueron retiradas las rueditas traseras de la bicicleta. Durante las primeras pedaladas, mi padre me prometió que no soltaría la bicicleta. Por supuesto, la soltó sin avisar. Y yo seguí pedaleando sin caerme. Incluso giré. Y al cruzarme con mi padre comprendí que no podía estar al mismo tiempo sujetando la bicicleta. Tampoco entonces me caí, sino que me sentí triunfal.
D.G.
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