30.3.13

Ordeno mi biblioteca.

Ordeno mi biblioteca. Y abriendo libros al azar encuentro huellas olvidadas, recuerdos de momentos y lugares donde fueron leídos por última vez. Tarjetas de embarque de líneas aéreas, postales con notas al dorso, acreditaciones de prensa, un recibo de taxi de Buenos Aires con fecha de 1982, una factura de restaurante de Damasco… Casi todo fue usado a modo de señal de lectura. De la mayor parte olvidé su oportunidad y sentido. Otros me permiten recordar muy bien el momento en que los puse ahí: la lectura de ese libro, el lugar, las circunstancias. También encuentro otra clase de huellas: marcas antiguas deliberadas o involuntarias, subrayados, notas que a veces nada tienen que ver con la materia del libro – esas hojas blancas de respeto al principio y al final, tan útiles cuando no había papel a mano-, quemaduras, manchas de lluvia o agua salada, café, tierra rojiza de África, mosquitos aplastados. Y es que un libro no es sólo un libro. Es también, entre otras cosas, los lugares donde lo leíste, el consuelo que te dio en cada momento, la diversión, la compañía.
A.P.

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